15 noviembre 2009

El monstruo entre nosotros

Dos miradas sobre la violencia
El monstruo entre nosotros:
"De la inseguridad cotidiana a los conflictos internacionales, la violencia ha perdido su carácter oculto. Dos libros recientes analizan, desde la filosofía y el psicoanálisis, la paradoja que supone plantear como solución respuestas que generan aquello mismo que se combate.
Por: Ana Palacios"

Resentimiento terrorista
"El segundo advenimiento" de William Butler Yeats parece ex­presar perfectamente nuestra situación: "Los mejores carecen de toda convicción, mientras que los peores están llenos de inten­sidad apasionada". He aquí una excelente descripción del corte actual entre los anémicos libe­rales y los exaltados fundamen­talistas. "Los mejores" no son ya capaces de implicarse, mientras que "los peores" se implican con el fanatismo racista, religioso y sexista.

Sin embargo, ¿son los terroristas fundamentalistas, sean cristia­nos o musulmanes, realmente fundamentalistas en el sentido auténtico del término? ¿Creen realmente? De lo que carecen es de una característica fácil de discernir en todos los funda­mentalistas auténticos, desde los budistas tibetanos a los amish en Estados Unidos: la ausencia de resentimiento y envidia, una profunda indiferencia hacia el modo de vida de los no creyen­tes. Si los llamados fundamen­talistas de hoy creen realmente que han encontrado su camino hacia la verdad, ¿por qué habían de verse amenazados por los no creyentes, por qué deberían en­vidiarles? Cuando un budista se encuentra con un hedonista oc­cidental, raramente lo culpará. Sólo advertirá con benevolencia que la búsqueda hedonista de la felicidad es una derrota anuncia­da. A diferencia de los verdaderos fundamentalistas, los terroristas pseudofundamentalistas se ven profundamente perturbados, in­trigados, fascinados, por la vida pecaminosa de los no creyentes. Queda patente que al luchar con­tra el otro pecador están luchando contra su propia tentación. Estos llamados "cristianos" o "musul­manes" son una desgracia para el auténtico fundamentalismo.

Es aquí donde el diagnóstico de Yeats falla respecto a la situación actual: la intensidad apasionada de una turba delata una ausen­cia de auténtica convicción. En lo más profundo de sí mismos los fundamentalistas también care­cen de una convicción real, y sus arranques de violencia son prueba de ello. Cuán frágil debe de ser la creencia de un musulmán si se siente amenazado por una estúpi­da caritura en un periódico danés de circulación limitada. El terror fundamentalista islámico no está basado en la convicción por los terroristas de su propia superiori­dad y en su deseo de salvaguardar su identidad cultural y religiosa de la embestida de la civilización global del consumo. El problema de los fundamentalistas no es que los consideremos inferiores a no­sotros, sino más bien que secreta­mente ellos mismos se consideran inferiores. Por eso nuestra condes­cendiente y políticamente correcta aseveración de que no sentimos superioridad respecto de ellos sólo los pone más furiosos y alimenta su resentimiento. El problema no es la diferencia cultural (su esfuerzo por preservar su identi­dad), sino el hecho opuesto de que los fundamentalistas son ya como nosotros, pues han interiorizado secretamente nuestros hábitos y se miden por ellos. (Está claro que lo mismo puede decirse también del Dalai Lama, que justifica el budis­mo tibetano en los términos occi­dentales de búsqueda de felicidad y alejamiento del sufrimiento.) La paradoja subyacente en todo esto es que en realidad carecen pre­cisamente de una dosis de esa convicción "racista" en la propia superioridad.

El hecho desconcertante de los ataques "terroristas" es que no encajan bien en nuestra opo­sición típica entre el mal como egoísmo o desprecio del bien co­mún y el bien como el espíritu para y la disposición al sacrificio en nombre de alguna causa ma­yor. Los terroristas no pueden parecer sino algo semejante al Satán de Milton con su "Mal­dad, sé tú mi bien": mientras ellos persiguen lo que nos pare­cen objetivos malvados mediante medios malvados, la forma mis­ma de su actividad alcanza el máximo valor del bien. La solu­ción de este enigma no es difícil y ya era conocida por Rousseau. El egoísmo o la preocupación por el bienestar de uno mismo, no se opone al bien común puesto que las normas altruistas pueden ser deducidas fácilmente de las pre­ocupaciones egoístas.

Fragmento de "Sobre la violencia. S ei s re f lexione s marginale s ", de S. Zi z ek.

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1 Comments:

Anonymous Anónimo said...

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Yes, you have correctly told

4:32 p. m.  

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